jueves, 29 de septiembre de 2011

Edwin H. Palmer - El Espiritu Santo


Pocos temas hay más importantes para el cristiano que el del Espíritu Santo. Porque el Espíritu eterno de Dios es la fuente de la vida espiritual del cristiano: tanto el origen como la continuación de la misma vida provienen de El. El Espíritu Santo es para nuestras vidas espirituales lo que el Creador es para este mundo. Sin Dios Creador, el mun­do nunca hubiera comenzado a existir, y sin su acción constante, sostenedora, preservadora, el mundo dejaría de existir. Así también, sin el Espíritu de Dios, el cristiano nunca habría nacido de nuevo, y sin la influencia santifi-cadora y siempre presente del Espíritu, la vida espiritual del cristiano volvería a la muerte espiritual de la cual salió. Un rápido vistazo al índice de materias de este libro mos­trará que el Espíritu Santo es indispensable para muchos otros aspectos esenciales de la vida, además de la regene­ración y santificación.

Sin embargo, en la historia de la iglesia, la doctrina del Espíritu Santo ha recibido, a menudo, poca atención. Ha habido largas controversias, por ejemplo, acerca de la Divinidad de Cristo, de la Trinidad, de la gracia, de la expiación y de los sacramentos, pero las controversias acerca del Espíritu Santo han sido breves. Las teologías sistemáticas han tratado de la doctrina del Espíritu en las secciones referentes a la Trinidad, y brevemente en rela­ción con la vida espiritual del cristiano, pero muy poco se ha tratado de él en otros aspectos. Cristo despierta más entusiasmo que el Espíritu Santo; la Navidad más que Pentecostés. El Credo de los Apóstoles dedica seis artículos a Cristo y sólo uno al Espíritu, lo cual es indicio del interés de la iglesia. Algunos incluso han llamado al Espíritu Santo el 'Dios desconocido.'

La iglesia de la Reforma fue la que dio gran impulso al estudio del Espíritu. Los reformadores, en oposición a las teorías de Roma, subrayaron que no era la iglesia la que era necesaria para poder interpretar correctamente la Bib­lia, sino el Espíritu Santo, el cual iluminaba la mente del hombre. Así mismo, objetando a la enseñanza de Roma de que el sacerdote era indispensable para aplicar al hombre el sacrificio incruento de Cristo en la misa, Lutero y Cal-vino afirmaron la necesidad del Espíritu Santo para aplicar el sacrificio de Cristo en nuestras vidas. Pero, fue sobre todo el redescubrimiento, por parte de Calvino, de la doc­trina bíblica de la gracia soberana que requirió un gran énfasis en la doctrina del Espíritu Santo. Calvino subrayó la depravación total del hombre y la elección incondi­cional. Esto implicaba naturalmente que para que Dios llevara a cabo su elección soberana, el Espíritu Santo debía actuar poderosamente en las vidas de los elegidos.

Quizá los dos estudios más profundos acerca del Espí­ritu Santo son el que escribió el teólogo inglés John Owen en el siglo 17 y el que produjo en el siglo pasado el teólogo y estadista holandés Abraham Kuyper, ambos en línea con la tradición reformada. Estos libros son, sin embargo, tan voluminosos y detallados que muy pocos se toman el tiem­po de leerlos.


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